En una ocasión conocí a Alberto Campo Baeza, me lo presentó el también arquitecto, y profesor Erik Wolfschoon (que, por cierto, siempre me saluda muy bien y es de los pocos a quienes rindo sincera admiración).
Fue corto el encuentro, pero se quedó grabado en mi mente para siempre. Tal vez por lo inesperadas que fueron sus palabras; de todo lo que pudo decirme en un minuto, solo me miró y me dijo…
(Creo que mejor lo dramatizamos.)
Coincidimos entrando en el salón de conferencias.
Saludé a Wolfschoon, “¿Cómo está profe?”
Me mira con su expresión concentrada y dirige la mirada a su compañero:
“Alberto, te presento al arquitecto Watson, joven talentoso”, y coloca su sonrisa invertida sin relajar la concentración de sus ojos.
En un acto inesperado, el arquitecto español detiene su marcha. Detengo la mía.
Me pone una mano en el hombro.
Me mira de frente, cara a cara. (Él, en cambio, tiene ojos hundidos y sonrisa horizontal;)
“Muchacho,” *Palmada en el hombro*
“Dime algo, ¿qué es más importante?, ¿ser buen arquitecto o ser buena gente?”
“Ser buena gente…”, respondí sin pensar.
“Exactamente, es así, vas bien”.
Me dió otra palmada en el hombro, se volteó y siguió su camino. No lo volví a ver hasta que salió a impresionar a todo el Teatro Anayansi, del Centro de Convenciones Atlapa, donde se estaba celebrando el XI Congreso Nacional de Arquitectos de Panamá.
Ese fue mi lema de ahí en adelante: “Es más importante ser buena gente que buen arquitecto”. Lo adoptaron quienes trabajaban conmigo, lo mencionamos en alguna entrevista, lo imprimimos en la pared de la oficina. Se convirtió en nuestro emblema.
Y no está mal, aún creo que es verdad, en cierta manera. Pero la vida me hizo ver que hay algo superior a eso; como diría Alejandro Aravena, algo más elemental.
¿Qué significa ser buena gente?, después de todo. Pienso en cualidades como: amable, agradable, gracioso, colaborador, agradecido, educado, etc…
Sin embargo, no encuentro ninguna para la cual la honestidad sea requisito obligatorio. Una persona muy amable no necesariamente lleva buenas intenciones.
Y con honestidad no me refiero al moralismo de perfeccionismo, rectitud y santidad, porque prefiero mil veces a alguien honestamente malo que a un “buena gente” hipócrita. Hablo de la autenticidad de ser honesto con la persona más importante: uno mismo. Ser fiel a uno mismo, a su corazón, a su realidad y a sus convicciones. Porque estoy convencido de que la felicidad solo nace en la libertad; y una imagen fabricada para los demás, o “máscaras” como se les llama, son ataduras incompatibles con la libertad. No digo que la felicidad viene de ser esclavo de los deseos del corazón; pero sí vendría de escucharlo, comprenderlo, aceptarlo, y tomar decisiones honestas, libres y conscientes con la realidad propia. Para esto, es requisito ser honesto con uno mismo. Como el dicho de Abraham Lincoln: “La disciplina es saber escoger entre lo que quieres ahora y lo que quieres de verdad”.
No es equivalente al inverso, puedo imaginar una persona auténtica y triste. Pero tengo serias dudas de que una persona falsa, que vive con máscaras, pueda ser realmente feliz.
Es válido para la arquitectura en sí misma, mi amigo Luis Carballeda me hablaba de cómo se había desilusionado al visitar algunos edificios famosos, incluso de Le Corbusier, pero la Torre Eiffel le sorprendió por su honestidad; y sí, es más impresionante en persona que en fotos.
Por eso mi lema ahora es: “Es más importante ser auténtico, que cualquier otra cosa”. Porque para ser buen arquitecto (y buena gente), hay que ser real; honesto con uno mismo y con los demás.
LO QUE VES, ES LO QUE ES. Cómo diría Residente: “Vivir una vida real, como un ataque al corazón; real, como tener…” bueno, eso.
Porque si son reales las intenciones, honesto será el resultado.
Sin autenticidad el cliente no puede expresar libremente su necesidad.
Sin honestidad no se puede entender y satisfacer esa necesidad.
Y no existe autenticidad sin honestidad.
Solo siendo auténtico se puede trabajar óptimamente con los demás, por largo tiempo.
Lograr el ideal de ser una persona auténtica abre la puerta a las otras personas igualmente transparentes, y la cierra a las falsas. Porque la química aparece cuando las personas se relacionan sin la máscara, como quienes realmente son.
“Es más importante ser auténtico, que cualquier otra cosa”, dice Rafa Watson.
Porque siendo mentiroso, falso y desleal: falsas son las intenciones, falsas las sonrisas, falsas las promesas, falsos los diseños, falsos los premios, falsas las palabras, falso el equipo, falsos los sentimientos, falsa la arquitectura, falsa la gloria y falso todo.